Cuentos

Cosas de vieja

No sé a quién le dijo Úrsula ni qué demonios contó, pero en menos de dos horas el mercado se llenó de las mujeres que ya habían venido a primera hora de la mañana y volvían a última, pero trayendo entonces a sus maridos para poder cargar con más cosas, y todas pedían carne de más, y frutas de más, y verduras de más, y se gritaban de más entre todos mientras corrían hacia cualquier lado, y hablaban de lo que habría de pasar, cada uno con su historia y su suposición que de tanto repetirla se imponía como cierta. No sé bien si el motor de todo esto fue el miedo o si acaso fue el hecho de que por fin pasaba algo en aquel pueblo, pero el mercado se vació tan pronto como se había llenado, y con el sol aún en lo alto todo el mundo se fue a encerrarse en casa, esperando, esperando tanto y tan a disgusto que los nervios afloraron al final, y fue entonces que se armó la vaina. 

Puedes leer el cuento completo (se lee en dos patás) pinchando en Cosas de vieja

Estándar
Cuentos

Jorge y Virginia

«Pero era todo tan real que a ninguno les cupo la duda de que allí estaban los dos de nuevo, una semana después del primer aniversario de su muerte injusta. Habló ella primero, y le preguntó que qué haces aquí, idiota, que a mí ya te me has muerto, y él le respondió encogiéndose de hombros y diciéndole que qué mierda de manera es esa de recibir a un devuelto a la vida, y que si nunca antes me habías insultado a qué demonios viene insultarme ahora. Ella le preguntó que dónde has estado todo este tiempo de muerto, y que por qué no has venido antes, cuándo más te necesitaba y sí ahora, cuando a ratos ya puedo olvidarte, y se lo recriminó tanto y con tanta fuerza que a él le temblaron las excusas en la boca, aunque al final se resignó con un aspavientos y le dijo que a ver por qué coño tengo que dar andar excusándome de no estar en ningún lado encima de haberme muerto».

El cuentecito completo – apenas nueve folios con letra grandota – lo tenéis entero aquí: Jorge y Virginia

Estándar
Cuentos

Naira

«Pablo Leandro e Irene Crípez se conocieron en el quinto mes de lluvias del otoño más largo de la historia del Caribe. Fue a la salida de la misa de las doce, a la que acudió todo el pueblo por octavo domingo consecutivo para rezar por el cese de aquel aguacero que todo lo había empantanado y que había repartido enfermedades, hambre y muerte por toda la comarca. Era la primera vez que dos ciegos coincidían en aquel pueblo vetusto al que hacía tiempo que ya no llegaban cartas para nadie…»

Termina de leer el cuento – qué bonico el cuentecico – aquí: Naira

Estándar
Cuentos

Iñigo Lozosa

«Iñigo Lozosa no fue sólo el niño más prodigioso de la tierra, sino que fue además el último ser humano en permanecer en ella. Con tan sólo trece años era ya conocido y admirado en el mundo entero, y apenas nueve años después, a la edad de veintidós, era considerado el genocida más grande de la historia. Muchos de los que desaparecieron antes que él se fueron de la vida con la terrible impresión de que aquel mago de larga melena, ojos de un azul nuevo y aspecto de truhán no iba a morir jamás, porque entre su magia había encontrado la manera de no morirse nunca. Y era cierto».

Lee el cuento entero – es cortito – pinchando aquí: Iñigo Lozosa

Estándar
Cuentos

Leticia Arrán

«Su madre se cansó de hacer campaña en su puerta y asumió que su hija se estaba dejando ir. Apiló toallas en el hueco raso de la puerta para que los riachuelos de llanto no le estropeasen más la casa, y durante aquellos días arregló los servicios funerarios y todos los negocios y trajines que las muertes de otros requieren. De este modo, Leticia escuchó desde su cuarto cómo, cuándo y dónde iban a ser su velatorio, su funeral y su entierro, y se mostró conforme con casi todo, menos con la manía de su madre de meter a la Iglesia en el medio. Pese a todo se preguntó qué pasaría si al final le daba la gana de morirse más tarde, y pensó con horror tener que pasar por todas esas cosas mientras estaba consciente. Y le asustaba más el terror del velatorio que el de ser enterrada viva, porque no creía poder soportar ver las caras de toda esa gente que acudiría a presentarle en muerte todos los respetos que no le habían presentado en vida».

El cuento entero – ¡cuentooooooorlll! – lo puedes leer aquí: Leticia Arran

Estándar